ABSTRACT

En el año 2000, el US Census Bureau recogía en un informe que el número de hispanos que residían en los Estados Unidos era de aproximadamente 35,3 millones de habitantes (Lipski 2010). Una década más tarde, el censo del 2010 revelaba que, con 50,5 millones de hispanos, este país habría superado a España en número de hablantes de español, siendo los Estados Unidos en la actualidad el segundo país hispanohablante del mundo detrás de México (Dumitrescu 2013, 526; Muñoz-Basols, Muñoz-Calvo y Suárez García 2014, 3). Según los datos del Instituto Cervantes (2015, 1), más de la mitad del crecimiento de la población de los Estados Unidos se ha debido al aumento de la comunidad hispana, y se prevé que para el año 2050 este país pueda llegar a situarse como el primer país hispanohablante del mundo. Algunas predicciones, como la del US Census Bureau (2012), arrojan la cifra de 130 millones de hispanos para el año 2060 (Lacorte y Suárez García 2014, 129). Al comparar los dos censos de la última década, podemos afirmar que, desde el punto de vista demográfico, lingüístico y cultural, el español constituye un testimonio oral y escrito que es seña

de identidad de la población hispana en la sociedad norteamericana, ahora y en el futuro. Este hecho también supone la coexistencia con el inglés en muchas ciudades y regiones del país, y un mayor interés por el aprendizaje del español, ya que “millones de norteamericanos de origen no hispano han aprendido el español por razones prácticas: lo necesitan en su trabajo, en sus estudios, en sus relaciones personales, o en el área donde viven” (Lipski 2010).