ABSTRACT

El concepto autonomía del aprendizaje se ha puesto de moda en los últimos años. Como causas de la proliferación de su uso, y el de otros términos similares que aparecen con frecuencia relacionados con él, se suele citar la globalización de la economía y las exigencias de un mercado laboral en continuo cambio, fenómenos que dictan la necesidad de que los trabajadores actualicen sus competencias y se mantengan siempre “empleables” (Benson 2009). En el campo del aprendizaje de lenguas, esta explosión de estudios y experiencias prácticas no ha producido siempre resultados beneficiosos, ya que se observa en esta tendencia más “mercantilista” de la autonomía del aprendizaje cierto desconocimiento del desarrollo histórico de la disciplina y de las aportaciones de los estudios y prácticas más relevantes de los últimos cuarenta años (Smith y Ushioda 2009, 246). Asimismo, otro factor de confusión radica en la confluencia de conceptos y estrategias de aprendizaje relacionados con la autonomía del aprendizaje, pero que no llegan a ser totalmente sinónimos de esta, como el aprendizaje autodirigido, la autoinstrucción, el aprendizaje individualizado, el aprendizaje independiente, los centros de autoaprendizaje, el aprendizaje flexible, el autorregulable o el aprendizaje a distancia. Finalmente, no hay que pasar por alto las tendencias más actuales en el estudio de la autonomía del aprendizaje en L2, que destacan, en primer lugar, la interdependencia que existe entre esta y los conceptos de agencia e identidad; en segundo lugar, las potencialidades del aprendizaje autónomo en relación con dichos conceptos; y, por último, la necesidad de prestar atención a las diferencias culturales y contextuales de la autonomía del aprendizaje.