ABSTRACT

Hasta los años ochenta del pasado siglo, la metáfora había sido, o bien el objeto de estudios retóricos, basados en la idea tradicional de que la metáfora era un recurso persuasivo o estético, o bien había sido objeto de atención por parte de los flósofos del lenguaje como una clase de expresiones en que se producía un significado indirecto, esto es, como un fenómeno en que se ponía de manifesto que, en muchas ocasiones, el significado que un hablante pretende trasmitir (y trasmite) no coincide con su significado ‘literal’, entendiendo este como el significado convencional o sistémico, aislado de cualesquiera consideraciones contextuales (Grice 1989; Searle 1979).