ABSTRACT

La maestría de Cervantes sobre el arte narrativo es total y absoluta. Su dominio es tan completo en el terreno de lo que empezara por llamarse dispositio, después plan y ahora estructura como en el de lo incidental o episódico, en clímax descendente que llega a la página, el párrafo, la frase y el vocablo. El Quijote ha sido creado no para la lectura de un tirón, sino la de aventuras aisladas, y allí mismo se recoge cómo el discutir acerca de las preferidas ha llegado a ser un tema común de conversación de la gente: molinos de viento, batanes, rebaños, cuerpo muerto, galeotes, frailes benitos (II, 3). La perplejidad sólo será aún mayor en caso de entrar en juego la página o el morceau a lo largo de la obra de Cervantes: ¿la vocación caballeresca de Alonso Quijano? Desde luego, pero ¿por qué no otros parajes menos visitados? Ahí estarían el pergeño de personajes en el patio de Monipodio, el robinsoniano idilio o flechazo entre el español y la bárbara del Persiles, la descripción del valle de los Cipreses en La Galatea.