ABSTRACT

En su introducción a la lingüística (2010: 19–20), Hualde, Olarrea, Escobar y Travis notan que “el lenguaje es algo que la biología crea en los niños, de la misma manera que la biología hace que los murciélagos se cuelguen boca abajo”. Al igual que Pinker (1994), esta perspectiva contempla el idioma como un instinto o un órgano lingüístico, dentro del cual está lo que se ha denominado la gramática universal. Varios hechos empíricamente comprobados apoyan la conclusión de que los seres humanos compartimos una gramática universal. Por ejemplo, todos los seres humanos desarrollan por lo menos un idioma. Como otros instintos, sabemos que el idioma aparece en etapas durante el desarrollo de los niños. Además, los niños no “deciden” aprender un idioma, de igual manera que los adultos deciden cómo vestirse por la mañana o qué comer al mediodía. Aprender un idioma es un instinto, y un individuo no escoge ni intencional ni libremente. Entonces surge la meta de describir y explicar el contenido de la gramática universal. O sea, bajo esta perspectiva, se busca identificar los aspectos lingüísticos de la mente que son iguales o universales en cada ser humano. Por supuesto, esta perspectiva también conlleva la distinción entre la competencia y la actuación con un enfoque en la competencia (Chomsky 1986; Newmeyer 2003).